Al escuchar ayer al líder de Boko Haram, admitir que el grupo radical islámico secuestró a sus hijas y que pretende venderlas, no hizo más que profundizar la angustia y el dolor de los familiares de las más de 200 adolescentes secuestradas hace tres semanas en Chibok, en el estado de Borno, en el noreste de Nigeria.
"Mi hija es una niña muy obediente", prosigue la misma mujer, "trabaja muy duro, es por ello que siempre que pienso en ella siento un gran dolor". "Sólo rezamos día y noche, esperando que Dios responda a nuestras plegarias. Eso es todo lo que podemos hacer". Otra madre comentaba, "cuando mi hija estaba yéndose a la escuela, le di dinero para el transporte y me dijo adiós", "prometió volver pronto y ayudarme con mi trabajo, vender cosas en la calle, pero luego me dijeron que la habían secuestrado. Apenas ahora estamos comiendo".
Nota: "Desde que se las llevaron la vida ha sido muy difícil para nosotras", añade una tercera, "apenas dormimos, nos sentimos enfermas, sufro de alta presión sanguínea".
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